¿Cómo sabemos que el coronavirus es real y no un gran engaño?
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El 17 de agosto miles de personas acudieron a una manifestación en contra de las mascarillas en la plaza de Colón, en Madrid, gritando consignas como que el coronavirus «no existe». El 29 de agosto una concentración similar, en favor de la «libertad de pensamiento» y en contra de las medidas anti-COVID 19 fue convocada en Berlín. Aparte de eso, existen grupos de supuestos médicos y psicólogos que denuncian que la pandemia es el movimiento de «un nuevo orden mundial» y hay médicos que declaran ante los micrófonos que la vacuna es un gran experimento de ingeniería genética. Se difunde la historia de que hay un suplemento milagroso capaz de parar al virus y grupos en redes sociales que afirman que la pandemia o el virus no existen, que no son tan graves o que todo es una maniobra de poderes ocultos.
¿Puede ser el virus un gran engaño, orquestado por miles de científicos, cientos de gobiernos y sistemas sanitarios de todo el planeta? ¿Cómo sabemos, en definitiva, que el virus existe? Varios expertos han explicado a ABC cuáles son las evidencias científicas. En medio de una pandemia en la que al menos se han
contagiado 26 millones de personas y han fallecido 870.000, también han discutido por qué se producen las corrientes de pensamiento que niegan la existencia del virus y si es posible contrarrestarlas.
Evidencias de la existencia del SARS-CoV-2
Ignacio López-Goñi, Catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra, recientemente
escribió un artículo para responder al rumor de que el SARS-CoV-2 no cumple los postulados de Robert Koch. Los mensajes de ciertos grupos se difundían por Whatsapp y afirmaban, por ejemplo, que el coronavirus no cumpliría el primer postulado de Koch, que establece que un patógeno ha de estar presente en enfermos pero no en personas sanas, puesto que hay infectados de coronavirus que son asintomáticos. Los impulsores de dicha idea no tuvieron en cuenta que el propio Koch introdujo el concepto de «portador sano», después de estudiar la bacteria Vibrio cholerae, hace ya más de un siglo: «Dudar de la existencia del SARS-CoV-2 porque no cumple los postulados de Koch es una solemne majadería, que haría sonreír al propio Koch», ha dicho López-Goñi.
Dejando al margen los postulados de Koch, este microbiólogo ha enumerado multitud de evidencias científicas sobre la existencia del coronavirus: «Se ha aislado el virus de miles de muestras de pacientes y se ha obtenido el genoma del virus de esos miles de muestras. También hay decenas de fotografías obtenidas por microscopía electrónica —
en este enlace puedes ver decenas de ellas—», ha comenzado. De hecho, gracias a esos estudios genómicos, cientos de investigadores de todo el mundo consultan y contribuyen a crear una gran base de datos abierta sobre el genoma del coronavirus en «
GISAID.org» y reconstruyen su evolución en «
Nexstrain.org».
Pero todavía hay mucho más que genomas y fotografías: «El virus aislado de pacientes se ha cultivado en cultivos celulares, se ha ensayado en varios modelos animales, al menos en macacos, hámster y ratones, en los que se ha reproducido la enfermedad», ha proseguido el Catedrático en Microbiología. «También se ha detectado el virus en los tejidos por técnicas inmunocitoquímicas, se ha analizado la respuesta inmune específica que genera, se ha estudiado el modo de transmisión en animales y se ha recuperado incluso el virus de los animales infectados».
En resumen, científicos de todo el mundo llevan meses investigando la COVID-19 y el SARS-CoV-2 de forma independiente y publicando artículos sobre ello. Hasta tal punto que se ha producido un exceso de publicaciones y los investigadores
no dan abasto para leerlas.
Según la base «
Semanticscholar.org», existen 216.000 artículos sobre COVID-19, incluyendo prepublicaciones. Por otro lado, en «
PubMed» existen 47.660 artículos indexados bajo la búsqueda «COVID-19» y 28.318 bajo «SARS-CoV-2». Entre todos ellos hay decena de miles de experimentos y observaciones con coronavirus en tejidos, aerosoles, cultivos, animales o pacientes, así como secuencias genéticas o fragmentos de los propios virus.
Un esfuerzo ímprobo
«Se ha hecho un esfuerzo ímprobo por investigar este virus y buscar tratamientos y vacunas en laboratorios de todo el mundo; es más, se puede decir que se ha hecho en meses lo que llevaría años de investigación»», ha explicado a ABC José Antonio López Guerrero, director del Laboratorio de Neurovirología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Por eso, en su opinión: «No hay resquicio para que exista ninguna duda. Puede que un señor dude de la existencia del virus porque no lo ha visto, pero es que si pudiera ver una partícula de 100 o 120 nanómetros habría que preocuparse».
Según ha comentado este virólogo, «siempre han existido negacionistas, escépticos y personas que abrazan la posverdad». Pero cree que este problema surge ahora especialmente en países industrializados en los que impera «una falsa sensación de seguridad»: «Nos permitimos el lujo de cuestionar lo obvio, en parte porque ya nadie sabe lo que es morir de poliomelitis o de sarampión —enfermedades contrarrestadas con las vacunas—». Por eso, considera que «los mensajes estrafalarios, radicales y contrarios a las corrientes científicas oficiales arraigan en las redes, se hacen virales y pueden confundir a la gente de buena fe, que ya no distingue quién tiene autoridad».
El origen tribal del negacionismo
Pero, ¿por qué se cuestiona lo obvio o lo oficial? ¿Por qué se llega a negar algo demostrado, con tanta vehemencia y contumacia? «El negacionismo no va de ser estúpido o de ser inculto», ha explicado a este periódico Adrian Bardon, Profesor de Filosofía en la Universidad Wake Forest, en Carolina del Norte, Estados Unidos, y autor de «
La verdad sobre el negacionismo». «El problema de combatir el negacionismo con hechos es que el negacionismo no tiene que ver con los hechos: es una respuesta instintiva ante amenazas a la identidad, especialmente cuando lo amenazado es el estatus social o económico. Y no es algo patológico. Es un comportamiento humano normal».
Según Bardon, el origen del negacionismo está en el «razonamiento motivado». Éste es un mecanismo que introduce un sesgo inconsciente en nuestra forma de seleccionar unos argumentos o evidencias, y no otros, por la única razón de que preferimos una determinada conclusión; especialmente si una amenaza nos lleva a preferir una cosa: «Los seres humanos somos muy hábiles a la hora de negar la evidencia o la opinión de los expertos en favor de creencias que son menos amenazantes para nuestro propio interés económico, o nuestra identidad social, política o cultural», ha explicado.
Esta capacidad de adaptar las creencias a lo más conveniente tiene unas profundas raíces, relacionadas con la capacidad de «nuestros ancestros de integrarse de forma flexible en sus clanes o grupos tribales», según este filósofo. Tal como ha añadido, aprendimos a adaptar nuestra visión ideológica a nuestra comunidad, de forma automática, por pura supervivencia.
La gente con más formación es mejor negando
Este ejercicio de adaptar los razonamientos a las creencias, y no al revés, no es exclusivo de gente de bajo nivel académico: «Las personas con más formación son mejores a la hora de racionalizar sus creencias, porque tener más información les da más munición para convencer a otros, y a sí mismos, de que están en lo cierto al negar la evidencia».
¿Qué ocurre cuando se llega a esta situación? Según Adrian Bardon, cuando surge una «amenaza» automáticamente identificamos a los que están en el otro lado e «instintivamente, procesamos la información en “modo de auto-protección”, de
lucha o huída —una respuesta automática ante una amenaza—». Por tanto, las personas se defienden inconscientemente, buscando argumentos que confirmen sus creencias previas, a pesar de las evidencias y de los expertos, en asuntos como el
cambio climático, la COVID-19 o el incómodo hecho de tener que llevar mascarilla.
En el camino de sectas y pseudoterapias
En opinión de Emilio Molina, Vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP) y autor de «
Las pseudoterapias», el negacionismo comparte con las pseudoterapias «el discurso de fondo del sectarismo, que no es otra cosa que la distorsión sectaria de la realidad». En un caso y en otro, estos mensajes se nutren de la idea de que «lo oficial no tiene la solución al problema y que hay intereses espurios para no contar la verdad», ha incidido.
Así, ante una realidad difícil de comprender y de muy duras consecuencias, como la pandemia o el comportamiento del virus, «aparece una sensación de pérdida de control que muchas personas no pueden asumir, porque al cerebro no le gusta la incertidumbre», en opinión de Molina. Frente a esto, estas corrientes sectarias «distorsionan la realidad para dar explicaciones sencillas, tranquilizadores, que construyen una realidad que encaja y en la que hay alguien en la sombra moviendo los hilos».
Lo emocional tiene un papel clave: «Las historias conspiracionistas son muy interesantes y sofisticadas y llegan a través de lo emocional». Además, según Molina, no es extraño que se dibuje una realidad en la que «hay una batalla entre el bien y el mal, donde tú estás del lado de los despiertos, y luchas por iluminar a la masa aborregada y adormecida». Esto es, según ha señalado, «una coerción de manual, una forma de hacer sentir especial a alguien» para poder controlarlo.
El papel de la vulnerabilidad
En su opinión, cualquier persona puede caer en las redes de la manipulación de sectas y pseudoterapias, «sobre todo si pasan por una situación de cierta vulnerabilidad, como puede ser haber perdido el trabajo, a algún familiar o, sencillamente, sentir que han perdido el control». A fin de cuentas: «A veces todos necesitamos escuchar que tenemos una salida y que es más fácil de lo que creemos».
Frente a la incómoda o amenazante incertidumbre, se buscan argumentos para afianzar creencias tranquilizadoras, incurriendo en considerables falacias y sesgos. Algunos de los enumerados por Emilio Molina son el
sesgo de confirmación (yo me he tomado esto y me he curado, ignorando si me he curado sólo o gracias a cierto producto), el
efecto Dunning-Kruger (según el cual alguien que sabe muy poco piensa que sabe mucho más de lo que realmente sabe), la
falacia de autoridad (si lo dice un médico o un Nobel es verdad, aunque pueda estar equivocado o padecer un problema mental), la
falacia ad popullum(este colectivo lo usa, por lo tanto, es eficaz) o el mero desconocimiento: no saber cómo funciona o qué es una vacuna hace más fácil pensar que son muy peligrosas o el invento de un grupo perverso.
¿Se puede luchar contra el negacionismo?
¿Hay alguna salida? ¿Puede una persona que ha caído en el negacionismo replantearse sus creencias y cuestionarse sus argumentos? Según Emilio Molina, entre los negacionistas hay personas realmente alejadas de la realidad que necesitan ayuda profesional y que son totalmente impermeables a un discurso racional. Pero también hay otras con dudas más razonables que acabaron viéndose atraídas por estas corrientes y grupos cada vez más organizados, pero que pueden todavía atender a razones.
El autor de «Las pseudoterapias» propone contrarrestar a los líderes de estas opiniones, que a veces hacen negocio, por medio de resortes legales, y confiar en las acciones cada vez más decididas de plataformas como Youtube, Facebook o Twitter, limitando la difusión de noticias falsas y manipulaciones que suponen un peligro constatable. En cuanto a las personas menos alejadas de la realidad, Emilio Molina cree que «quizás la clave es escucharles para entender qué hecho no les cuadra y tratar de dialogar, para intentar que en algún momento hagan “click”, cuando vean que algunas cosas que les han dicho son contradictorias».
El camino no es fácil, porque entran en juego las creencias y convicciones de cada individuo. «Las personas que están entregadas a una posición ideológica normalmente no son desplazadas por la información o un argumento», ha comentado Adrian Bardon. «Pongamos el ejemplo de la ideología religiosa: ¿ha cambiado alguien de opinión hablando sobre su creencia en Dios?». El único caso en que algo cambia es, según Bardon, un evento emocional o traumático: «Todo el mundo cree en la COVID cuando se pone mortalmente enfermo por ella. Por supuesto, no podemos permitirnos que la enfermedad avance libremete para que la gente aprenda su lección».
La situación es especialmente acuciante cuando la contención de la epidemia depende en gran medida de que la población adopte medidas de higiene, mantenga la distancia, se ponga la mascarilla o decida vacunarse. Por si fuera poco, algunas soluciones milagrosas frente al virus, como la
ingesta de alcohol concentrado, pueden causar la muerte por sí solas.
Al mismo tiempo que el papel de la población es clave, se constata un cada vez más acusado alejamiento de parte del público de la opinión de los expertos de campos como la epidemiología, la salud pública o la virología: «Algunos piensan que, si todos los expertos están contra ti, es porque debe de haber una conspiración para engañarlos», ha explicado Adrian Bardon.
Método científico vs opinión
Además de eso, esta pandemia tan terrible y en muchos aspectos sin precedentes ha traido consigo un nuevo fenómeno. El rápido avance de la ciencia del coronavirus y el interés público que suscita han desvelado cómo funciona la ciencia, a «cámara rápida»: se publican conclusiones provisionales que a veces son rechazadas, o falsadas, en ocasiones a los pocos meses, cuando se obtienen nuevas evidencias. El resultado puede parecer confuso y todo un fracaso, pero en realidad es todo lo contrario: es la demostración de que las afirmaciones son tan sólidas como los experimentos que las sustentan.
«Quizás suene un poco “raro”, pero la ciencia no es democrática, no se basa en opiniones, sino en demostraciones», ha explicado Ignacio López Goñi. «Los hechos no se discuten, se demuestran».
Gracias a esta intransigencia con los hechos, se derriban asunciones o creencias que se descubren erróneas, y poco a poco se obtiene un conocimiento más sólido y cercano a la realidad: así es como la ciencia, la experimentación y el
método científico permiten gestionar y entender la incertidumbre del mundo real, al margen de creencias. ¿Cómo lograr que se entienda y quitarle terreno al negacionismo? «Los científicos tenemos que estar siempre atentos, siempre dipuestos a divulgar», ha propuesto José Antonio López. «Quizás los medios han de acercar el micrófono solo a los que tengan autoridad en la materia».