Tokio 2020 fue un milagro olímpico, y el reto ahora es volver a la normalidad
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TOKIO – En el detrás de escena de Tokio 2020 ocurrieron muchas cosas, pequeñas o grandes historias que la televisión no llegó a mostrar en unos Juegos que fueron un verdadero milagro olímpico.
– Escena 1: Alexander Zverev estaba a solo dos partidos de ganar el oro en tenis, pero al conductor del autobús que debía llevarlo a la Villa Olímpica le dio igual. Arrancó puntual y no prestó atención a los gestos desesperados del alemán, que corría el vehículo en la playa de cemento. Zverev tuvo que esperar media hora más en el Centro de Tenis Ariake hasta que hubo otro autobús disponible. Dos cosas quedaron patentes en esa escena: el espíritu olímpico -aquí no hay estrellas- y la inflexible escrupulosidad japonesa.
– Escena 2: otro autobús, este con un puñado de periodistas dentro, se mueve ya tarde en la noche entre las sedes de Tokio. En la calle, un puñado de japoneses lo fotografían, algunos incluso aplauden. Piensan que dentro hay una gran estrella del deporte. Están a favor de los Juegos y les gustaría haber entrado en los estadios. También se les vio el día de la ceremonia de inauguración saludando amablemente a las pocas personas que entraron en el estadio. “Gracias por venir”, decían esos ciudadanos japoneses: en esa escena también se evidenciaron dos cosas: eran unos Juegos sin espectadores en los estadios -algo inédito- y no todos los japoneses estaban en contra de Tokio 2020.
– Escena 3: en una de las habituales noches calurosas y húmedas del verano tokiota, una cucaracha de generoso tamaño se adentra en la zona de control de seguridad del estadio de voley playa. El reportero llama la atención de uno de los encargados. Para su asombro, éste no la pisa, sino que la toma con cariño en sus manos y la deposita fuera, en el césped. ¿Qué es lo evidente? La cortesía japonesa es extrema, y hay algo muy especial en su gente.
La interminable lista de controles y limitaciones para moverse en la burbuja olímpica determinó que la gran mayoría de los atletas, dirigentes, responsables técnicos y periodistas vivieran una paradoja: estaban en los Juegos Olímpicos, pero no estaban en Tokio. Parece lo mismo, pero no lo es.
En este contexto de inevitable tensión, la invariable amabilidad de los anfitriones fue clave. La misma situación en un país que no tratara tan bien a sus visitantes podría haber llevado el ánimo de los Juegos en otra dirección.
Espíritu olímpico, japoneses escrupulosos, inflexibles y educados: en gran medida, Tokio 2020 fue eso. Todo esto era también una parte esencial de los “Juegos con alma” alabados por el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach. Y la pregunta de cómo habrían sido unos Juegos con público in situ seguirá por siempre sin respuesta. Un sueño que la pandemia hizo añicos.
Lo que se vio por televisión no fue, por supuesto, la experiencia completa de Tokio, aunque fuera perfectamente real. Y lo que se vivió en Tokio fue una gran exhibición de deporte que podría resumirse en tres puntos: las nuevas incorporaciones al programa olímpico son un éxito, los atletas ansiaban -y merecían- tener unos Juegos, y la falta de entrenamiento adecuado durante parte del último año y medio afectó menos de lo esperado, porque hubo grandes récords y grandes actuaciones.
Bach destacó que 93 países ganaron “al menos una medalla”, una cifra récord para los Juegos, que han sido los más “digitales” de la historia, como no podía ser de otra manera: 5.700 millones de participaciones en las redes sociales, 250 millones de vídeos de aficionados enviados a los atletas de todo el mundo. Y nueve de cada diez japoneses que en algún momento se sentaron frente al televisor para ver lo que ocurría en la capital de su país, sede de una gran fiesta del deporte que les estaba vedada mientras sus atletas lograban grandes éxitos.
La famosa “burbuja olímpica” funcionó: de más de 600.000 pruebas, sólo 138 dieron positivo. Una cifra ínfima y un éxito del engorroso pero muy eficaz sistema impuesto por el gobierno japonés a sus visitantes olímpicos. Tras posponerlos un año en 2020, lo más fácil para Japón hubiera sido no celebrar los Juegos, pero mantuvo su compromiso.
Lo hizo incluso ante la incomprensión de gran parte de una sociedad que, sin estar vacunada a los niveles esperados, temía a los visitantes del exterior.
“Los de Tokio 2020 fueron unos Juegos de esperanza e inspiración, compartidos por todo el mundo”, aseguró el CEO de Tokio 2020, Toshiro Muto. Mucho de eso es cierto, aunque por razones obvias no fueran los Juegos que habían soñado.
En una de esas noches de calor sofocante en Tokio, un alto cargo de París 2024 recibió una pregunta complicada de un periodista extranjero: después de unos Juegos sin público en Tokio, y probablemente también en Pekín, que también estarán muy politizados, ¿siente la obligación de salvar los Juegos Olímpicos?
Sin decirlo, el alto responsable dejó claro que los Juegos Olímpicos no necesitan que los salven de nada. Y el domingo por la noche en Tokio, con la notable presentación de París en la ceremonia de clausura, quedó claro que, un siglo después de lo ocurrido allí, es una gran noticia que los Juegos de Verano vuelvan a la capital francesa.
En cualquier caso, lo único que piden París, el COI y los aficionados al deporte para 2024 es que el mundo no se vea inmerso en una pandemia como la que complicó la vida a Tokio, los Juegos que fueron un verdadero milagro olímpico.
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